
Yo soy la tierra. Mis manos, ásperas de años acariciando rocas y maleza, plantan, cuidan y velan por estos frutos. Mi espalda, rota de tantas veces agachada, mis rodillas, doloridas los días de lluvia, mi cara, arrugada por años de intemperie. Porque yo soy la tierra. Yo soy este campo, mi campo, donde mi sudor ha ido cayendo con el paso de los años.
Muchos años, muchos días, muchas horas. Mucho tiempo entre estos surcos que año a año renuevo, azadón en mano. Tierras y horas en las que he soñado, he cantado a pleno pulmón seguro de que nadie podía oírme, he reído solo a carcajadas recordando aquella frase, he llorando pensando que ya no estabas, he maldecido al sol por quemar tanto, a las nubes por llover tan fuerte, a los insectos por meterse en mis ojos, por comerse las tiernas hojas que con tanto esfuerzo protejo para que crezcan.
Y yo soy esos días, de duro sol, y esas noches, en las que me acostaba recién salidas las primeras estrellas y estaba en pie antes de que se hubieran ocultado. Yo soy este cuerpo recio, tostado, duro y ajado pero tierno para sonreír con las golondrinas acercándose al río, para guiar atando cuidadosamente a un palo los primeros días de esos brotes que sin mí saldrían torcidos.
Yo he vivido en estas tierras. Son mis tierras, yo soy estas tierras. Porque somos uno, porque las conozco y podría recorrerlas con los ojos cerrados una y mil veces. Porque me conocen y acostumbran a hacerme bromas pesadas para luego responder, amorosas, a mis cuidados y ofrecerme sus mejores cosechas. Y hoy, pasados los años, me yergo lleno de orgullo en la tierra, que es mía, que soy yo mismo.
Soy un Gigante.