Yo no soy mala.
Mi madre sí era mala, o al menos eso me dicen. Por eso estoy aquí. Porque mi madre era mala, era perversa, no tenía decoro. Era una perdida. Bueno, digo era pero no creo que esté muerta. O a lo mejor sí. Porque siendo tan mala y perversa seguro que no ha podido llegar muy lejos. Estará en el infierno.
Además, no me quería y, cuando nací, me dejó aquí. Yo tengo que estar aquí, rezar mucho, trabajar desde que amanece hasta que anochece porque mi madre era mala y después no quiso cuidar de mí. Y a mí me tratan como si fuera mala porque llevo su sangre. Y la maldad debe estar muy metida entre los glóbulos y las plaquetas y, en cuanto te descuidas, te dan ganas de tener sexo con un chico.
Aquí no hay chicos.
Alguna vez vemos alguno que entra para traer un recado pero no nos dejan acercarnos. Lo miramos desde el piso de arriba. No nos dejan porque, como nuestra sangre es mala, podríamos tener sexo en ese mismo momento.
Nunca he hablado con un chico. Y no sé si tendría sexo en ese momento con el primer chico que viera. Bueno, tampoco sé si sabría cómo tener sexo. Imagino que son besos y eso. Pero el chico sí lo sabría y mi sangre y los pecados de mi madre harían el resto.
Yo rezo y le pido a la Virgen que me ayude. Pero imagino que no me dejan salir de aquí ni acercarme a ningún chico porque no creen que la ayuda de la Virgen sea suficiente y mi sangre me llevaría directamente a pecar.
Yo no siento que sea mala. Y me gustaría salir de aquí y ver más sitios, conocer más personas. No me importa trabajar de sol a sol. No contesto mal a la madre superiora, como hace siempre Lola, y, por eso, casi nunca me pegan.
A veces pienso en mi madre. Sé muy poco de ella aparte de lo que me han contado. Pero tengo una foto suya de cuando entró aquí para tenerme a mí. Me parezco mucho a ella, el mismo pelo y los ojos son muy parecidos. Ella sonríe aunque con una sonrisa triste mientras pone la mano en su barriga. No parece tan mala. Y tenía más o menos mi edad, 16 años. Estuvo en el convento un par de meses y se fue, dejándome aquí. ¿Y si sí me quería pero la obligaron a dejarme?
Una vez pregunté hasta cuando tenía que estar aquí y esa vez la hermana Martirios sí me pegó. Lo consideró insolente. Que esta es mi casa, que es mi familia. Que soy una desagradecida. Tengo que tener cuidado porque, en cuanto me descuido, mi sangre mala sale y no puedo controlarla. Aunque yo solo quería saber.
Así que sigo rezando a la Virgen y sigo limpiando sábanas en la lavandería aunque no sé a quién pertenecen porque no puede haber tantas en el convento ni las cambiamos tan a menudo. Y sigo luchando contra mi sangre cada día.
Porque yo no soy mala.