Este cuadro necesita una historia

Todos los cuadros cuentan una historia. Y este cuenta varias.

Ella, casi de plástico, no tiene cara porque no es más que un objeto, en cuclillas, exponiendo su sexo, en una postura y con unos tacones que por fuerza deben resultar tremendamente incómodos. Ellos, cámara en mano, grabando cada momento, maximizando el zoom de sus fotografías para poder enseñar a los amigos lo cerca que estuvieron y para su posterior uso y disfrute.

¿El glamour de la industria del porno?

¿Te animas a contar tú la historia de este cuadro? Envía tu historia a hola@lorenadelaflor.com para publicarla en esta sección.

Ya hay unas cuantas historias publicadas, ¡echa un vistazo bajo la foto del cuadro!

Empezamos con una historia sobre ella (por @danaecortes )…

Piensan que lo hago por dinero.
No, nunca ha sido por el puto dinero. Habría ganado mucho mas sin necesidad de exhibirme. Dedicándome al oficio más antiguo del mundo.

Todo esto pensaba mientras se ponía un tanga diminuto, que no duraría mucho tiempo en su sitio, antes de salir a la arena.
Sí, la arena. Pero en vez de leones solo había hombres. Hombres con menos cerebro que los leones, una vez enfrentados a sus encantos.

Exhibirse era la única manera que conocía de enfrentarse a sus demonios. Una infancia huérfana y dura, una casa de acogida y un cura que abusó de ella, varios príncipes azules que se convirtieron en villanos…
Exhibirse era un exorcismo. La manera de conjurar al miedo.
Mostrando sus encantos, hacía que esos hombres perdieran su poder. Quedaban atrapados, hipnotizados, confusos…. Quedaban a su merced.
Y, en ese preciso momento, cerraba las piernas y todo acababa. Ella ganaba.

Solo había uno que nunca se paraba a mirarla. Solo hacía fotos, pero nunca de ella.
Hacía fotos de los hombres que la comían con los ojos.

Se subió a la pista y empezó el espectáculo. No lo vio. No lo encontró.
Pero en el momento en el que llego al cenit de su conjura, lo sintió detrás. Y él, hizo esta foto.

Y sobre él…

La instantánea tomada por su amigo de toda la vida durante esa noche estúpida de juerga no podría haber captado de mejor manera el sentimiento de John. Sus ojos mostraban una tristeza áspera que distaba a años luz del resto de sus amigotes. Querría haberse borrado del mundo es ese momento. Sin embargo, se sorprendió a sí mismo al verse sosteniendo su móvil, simulando que grababa vídeos interminables y tiraba fotos con un zoom que no terminaba de enfocar dignamente el pubis depilado casi por completo de la chica de la barra. La pantalla del móvil permanecía apagada, de lo contrario cualquier insignificante haz de luz hubiera iluminado algo tan triste mirada. Sus amigotes mientras tanto agotaban las baterías y las memorias de móviles y cámaras. Sus gestos eran dantesco, tornaban sus mandíbulas, extraían sus ojos de las cuencas, estiraban sus brazos, … Todo por estar lo más cerca posible de ese sexo pagado a disfrute de John como ofrenda por la extirpación de su celibato.

La mano de la Diosa subía y bajaba lentamente desde unos labios húmedos y artificialmente brillantes a otros aún más. El dedo de la Diosa Inimaginada se introducía apenas unos milímetros en su boca para recoger una pizca de saliva de esa lengua que lentamente basculaba de una a otra comisura. No era una simple pizca sino la cantidad justamente calculada tras decenas de noches para que diera de sí mojando el pezón erizado y restara todavía elemento para humedecer aún más el vértice de los otros labios. Y todo ante la cara infinitamente trabajada de imbéciles de los asistentes. Salvo Mario que iba hundiéndose más y más en un mar negro del que ninguna sirena le haría retomar superficie. Sus amigotes reían, le palmeaban la espalda, le empujaban sobre la Diosa y gritaban asquerosas frases que se clavaban en la boca del estómago del homenajeado. La Diosa seguía contoneándose y sus manos no paraban. Turbada por los efectos de alguna sustancia expiatoria se amasaba los pechos terminando con un tirón en el pezón. Se rozaba los muslos con las puntas de los dedos hasta terminar en un frenético tirabuzón sobre los pliegues anaranjados que asomaban en esos labios escondidos.

John ya no pudo contener más el aire en sus pulmones y con una última exhalación se ahogo por completo, dejo de oír, de ver, de sentir,… Lo último que llegó a ver fue las lágrimas de la Diosa agolpadas en sus ojos y pestañas y que sin más obstáculos rodaron por las mejillas hasta caer sobre la barra del tugurio aquel. Cada lágrima hacía un ruido ensordecedor y parecían simular los tambores que anunciaban uno a uno los pensamientos de John.

El primero de estos pensamientos fue el día que conoció a la Diosa, el segundo lo que tardó en enamorarse de ella (eso mismo, un segundo), … Y así uno a uno… Cuando se besaron, cuando se acariciaron, cuando hicieron el amor por primera vez, cuando repitieron mil veces hasta la saciedad, cuando le preguntaba donde vivía y donde trabajaba y ella rehuía responder, cuando le repetía que le había puesto patas arriba su vida, cuando le pidió que dejaran todo atrás y huyeran juntos, cuando ella le dijo que no y que no lo entendería, cuando él le prometió que iba a romper con su novia, cuando le dijo que no podía hacerlo por el que dirán, … Y con cada momento duramente recordado volvía a sentir los labios de ella cuando se despedían y ella le besaba delicadamente el cuello y le susurraba tristemente «you know nothing, John Snow».
Ahora ya lo sabe todo!!!

(Suena Tether de Churches en sus cascos, atrás quedan sus amigotes abandonados sin decir ni media palabra, atrás queda ella, atrás queda todo)

Y volvemos al punto de vista de ella (por Lorena de la Flor)…

Los chicos no se acercan a las chicas feas. No te levantan las faldas del uniforme en el patio del cole en primaria, no te miran embobados y sonríen a tu paso en secundaria, no te piden salir, no existes. Salvo que un día se corra la voz de que besas con lengua, que dejas que te toquen las tetas, que la chupas. Entonces aparecen nuevos chicos interesados por la chica invisible. Y algunos te llaman preciosa aunque tú sabes que eres horrible y que solo están contigo porque eres fácil.

Pero no puedes dejarlo, como si de un contrato se tratara, ellos están ahí y llenan tus vacíos de chica invisible y tú das lo que esperan a cambio. Y, a veces, por un segundo, cuando vistes escotes infinitos y faldas apretadas,  ves que te miran y que hablan de ti, crees que no eres tan adefesio como sabes que eres. Y te enamoras perdidamente de cada chico que pasa por tu cama aunque sabes que no volverá a llamar.

Y un día, borracha, en ese frenesí de chica divertida que tienes que aparentar ser, te graban un vídeo con dos chavales que parecían majos y, al poco, estás grabando vídeos porno amateur. Ya no solo te miran unos pocos, imaginas cientos de chicos mirándote y deseándote. Tú, la chica horrible. Y tienes sexo coreografiado en varias posturas cada día y, cada día, pones ante la cámara tus caras de placer absoluto que tantas veces mostraste a chicos anónimos ante los que tenías que presentarte como la más sensual, la más erótica, la más divertida.

Para gustarles, para que vuelvan a llamar, para que un día te abracen, te aparten el pelo de la cara y, entre susurros, te digan que te quieren.

Y el lado masculino de nuevo (por Lorena de la Flor)…

Cuando vio que ella estaría en el Festival del Porno de Barcelona supo que tenía que asistir. ELLA, ¡la hembra! Viendo sus películas se había iniciado, experimentado y graduado cum laude como experto onanista. Tenía sus películas grabadas con los mejores minutos marcados en un cuaderno, en su retina y en la palma de su mano. La había visto como secretaria que no tiene los papeles listos a tiempo para su jefe y debe compensarle, caliente ama de casa con un jardinero al que no puede pagar y como traviesa colegiala con una ropa que ya la hubiera él querido ver en alguna chavala del colegio público Capitán Cortés de Carabanchel al que fue en sus años mozos.

Y no le dijo nada a su novia (qué iba a saber ella), ni a su jefe, ni a sus amigos. Hay pasiones que son para uno. Y pasó el mes previo imaginando el momento de tenerla delante, sus labios, sus tetas enormes, su sonrisa de guarra. Y muriendo de nervios, imaginaba decirle algo, tocarla y que ella se lo llevara a un camerino que seguro tenían en la parte trasera y le hiciera lo del minuto 33:05 de «Frenesí Salvaje». Y ese mes no necesitó material gráfico como inspiración a sus fantasías, hizo el amor con más ímpetu a su novia y practicó todo tipo de escenas imaginarias en sus duchas matutinas.

Y hoy era el gran día. Allí estaba ella, tan cerca, tan lejos, tan rodeada, tan abierta de piernas. Apartó a codazos a la competencia y se colocó el primero de forma que casi podía tocar su sexo. Casi, estirando un poco más el brazo, podría tocar a esa gloria de celulosa que vivía en sus fantasías. Casi, alargando los dedos, dejándose crecer las uñas, matando al segurata que la vigilaba y saltando sobre el escenario, casi,  podría haber hundido sus manos, su cara y su pene en ella.

Pero, por supuesto, no se movió. Solo sacó la cámara para grabar con el mayor detalle aquel espectáculo. Porque ella solo existía en vídeo, ella existía en su imaginación, en la privacidad de su cuarto, en los momentos de verdadero placer que solo él mismo era capaz de darse.

Volvemos al punto de vista de ella (por Marga González):

Bueno, este es el último pase, joder ¡cómo me duelen las rodillas! Todo sea por la pasta, ¡y qué me dices de la moda esta de las camaritas… ¡Ya se podrían meter la mano en el bolsillo para tirarme algún billete!, antes me sacaba 100 o 200 pavos en cada pase, ahora ni un centavo, crisis, crisis, ¡ni hablar! La mierda de los esmarfones esos, mierda de camaritas, pa qué querrán las fotos… y encima mañana tengo que pagar la habitación… ¡anda! ¿Y mañana qué día es? Lunes, el santo de Anita, claro, el 27, ¡y mañana tengo que pagar también a la que la cuida! ¡mierda! Si todo son gastos… si es que esta ciudad es un chorreo, si es que me lo tengo bien empleao, tanta perra con Madrid, Madrid, pa hacer carrera, ¡menuda carrera! Y hablando de carrera, esa raya de la pierna… no, si me tendré que comprar también unas medias nuevas, y con estos gilipollas lo llevo claro…

Clink, clink, clink

¿Y eso qué suena?

Clink, clink, clink . ¡Mierda, está lloviendo!

¡Y me he dejado la ropa tendida!