Mi abuela me enseñó a pintar. Ella siempre estaba pintando algún cuadro al óleo. También tenía pasteles y acuarelas pero los usaba muchísimo menos. Le gustaba mucho leer, se lo había leído todo y, cuando no estaba pintando o leyendo, cosía. Pero cosía bien, vestidos, pantalones, chaquetas. Compraba la revista Burda que estaba en alemán pero que traía muchos patrones y los adaptaba. Para mi desgracia, me hizo varios vestidos cuando era pequeña. Aún recuerdo uno amarillo, con manga corta de princesa que tenía pequeñas manchas marrones que a mí me parecían salchichas. Me hizo uno azul y verde que sí me gustaba y que usé una vez para disfrazarme en el colegio de árbol de navidad cosiéndole algunas bolas con la mala suerte de que ese día vinieron al colegio para ver qué niños tenían aptitudes para el baloncesto. Así que hice mi prueba de saltar en el sitio a ver cuán alto alcanzaba con decenas de bolas de navidad cosidas a mi vestido. No me salió demasiado bien. Solo yo estaba disfrazada, no sé a cuento de qué. Siempre me ha gustado disfrazarme.

Mi abuela era la menor de cuatro hermanos, todos chicos menos ella y mucho mayores que no le hacían ningún caso así que aprendió a leer ella sola para poder entretenerse con todos los libros que tenía su padre. Cuando mi abuela hablaba de su padre se notaba que le quería y admiraba mucho. Era el director del diario El Socialista, acérrimo defensor del esperanto y político. Se negó a ponerle pendientes en las orejas a su hija cuando nació bajo la amenaza de también ponerle un aro en la nariz como a los zulúes si al final se los hacían. No bautizó a sus hijos y les educó según la institución libre de enseñanza. Cuando en la guerra bombardeaban Madrid, o después Barcelona, se negaba a ir a los refugios y se quedaban en casa. A mi abuela le decía que se tapara con una sábana y no le pasaría nada. Y no le pasó.
Cuando el gobierno de la República huyó a Valencia él se quedó y fue alcalde de Madrid. Cuando acabó la guerra fue encarcelado y después fusilado. Mi abuela tenía trece años cuando murió y, probablemente fue lo peor que le pasó en su vida. Ahora hay una calle con el nombre de su padre y aparece en la Wikipedia. Le enterraron en una fosa común pero ella nunca quiso saber nada de memoria histórica ni de que se le enterraran en ningún otro lugar. Solo eran huesos y cenizas, no su padre.
Mi abuelo volvió a buscarla desde Francia con un nombre falso y huyeron a Francia donde se casaron y se exiliaron a Venezuela. Ella trabajaba de secretaria y escribía a máquina muy rápido. Mucho después, alguna vez que me pasó a limpio algún trabajo con el ordenador parecía que quería taladrar las teclas con sus dedos de lo fuerte que las pulsaba. Siempre lamentó no haber podido ir a la universidad. En Caracas fue una vez a un concurso de la radio en el que varios participantes tenían que ir diciendo una letra por turnos de forma que fueran formando una palabra. Si uno de los participantes decía una letra a partir de la cual no se podía formar ninguna palabra, el siguiente debía retarle a que dijera la palabra que sí comenzara por todas las letras dichas y, si no era capaz, perdía. Mi abuela ganó el concurso con la palabra ‘huebra’, diciendo la letra ‘b’ después de que anteriormente hubieran dicho ‘h’, ‘u’ y ‘e’. La persona que estaba detrás suyo la retó cuando ella dijo ‘b’ en vez de ‘v’. Se había estudiado el diccionario. Era inteligente y le encantaba demostrarlo.
Llamó a su hija Margarita por una vecina que le parecía muy guapa y le salió una niña muy rubia y llena de pecas preciosa a lo que, cuando paseaba con ella por Caracas y le preguntaban si era producto nacional contestaba que sí, pero con materia prima española. Cuando se volvieron a España mi madre fue a un colegio laico en el que la obligaban a aprenderse las jerarquías de los arcángeles. Mi abuela solo le decía que las memorizara, reprodujera en el examen y olvidara para siempre.
No sé cuándo empezó a pintar ni cómo aprendió. Solo la recuerdo pintando cosas que cogía de la cocina y colocaba de cualquier forma: un pimiento rojo, una frasca de vino, unos vasos. Dibujaba muy bien y era muy buena haciendo retratos. Le encantaba Velázquez y pintó varios de sus cuadros a pequeña escala para colocar en un biombo que tenía en su casa en Madrid. También le gustaba la pintura mejicana, con colores muy vivos y planos. Su hermano Pepe estuvo mucho tiempo viviendo en Méjico. Fue piloto en la guerra y, cuando volvió a España se compró una caravana en la que vivía. Tras dar la vuelta a España eligió Benidorm como la ciudad en la que quería vivir y allí se quedó. Por supuesto entonces no era lo que es hoy en día aunque pronto se convirtió en un centro turístico lleno de rascacielos. Mi tío Pepe era el rey de la playa de levante, conocido por los hamaqueros, los de los patines y, sobre todo, las suecas. Estaba tan moreno que parecía negro, aunque destacaban su barba blanca corta y sus ojos de un azul muy claro. Se paseaba en calzoncillos Abanderado por la playa, decía que eran iguales a un bañador.
Mi abuela quería mucho a su hermano por lo que mis abuelos se compraron un apartamento en Benidorm en donde pasaban casi todo el invierno. Yo he veraneado siempre allí, como el que tiene un pueblo y lo visita cada año. Ella siempre decía que de joven medía un metro ochenta aunque medía uno cincuenta porque le hacían mucha gracia todos los que presumían de lo fantásticos que eran de jóvenes. También decía “lo prohíbe mi religión”, como su hermano, cuando no quería hacer algo, porque si la gente tiene derecho a ser respetada cuando alega que no puede comer carne en viernes, trabajar en sábado o ir con la cabeza descubierta por su religión, ella también tenía derecho a inventarse sus costumbres.
Mi abuela cantaba el cumpleaños feliz con una voy muy aguda y desafinada, la música no era lo suyo. De pequeños jugábamos a escribir historias, decíamos un personaje y un estilo y cada miembro de la familia escribía una historia corta. También jugábamos a “el diccionario”. Uno elegía una palabra del diccionario y escribía la definición en un papel sin que la vieran el resto. Los demás escribían su propia definición en otros papeles y se leían todas. Cada cual votaba cuál creía que era la definición correcta. Si votaban tu definición falsa ganabas un punto, si nadie votaba la definición correcta, el que ponía la definición del diccionario ganaba tantos puntos como participantes. Ahí aprendí que las definiciones nunca comienzan por “dícese de”. “Instrumento de labranza” siempre era una definición más prometedora.
A mi abuela le gustaba ver la vuelta ciclista en la televisión para ver paisajes. Le encantaba la vista de pájaro y podía reconocer catedrales y monumentos de la mayoría de pueblos de España. Reñía a mi padre como si fuera un niño pequeño cuando se puso enfermo y no quería comer y siempre estuvieron muy unidos. Mi abuela nos dejaba poner los cojines de sus sofás en forma de nave espacial y las mesas de su salón patas arriba para que parecieran barcos.
Tuvo una enfermedad degenerativa de la mácula del ojo que le hacía ver todo borroso lo que la obligó a dejar de pintar, dejar de leer y dejar de coser. Pasaba mucho tiempo en el sofá solo oyendo música probablemente bastante deprimida aunque no lo demostraba. Cuando ya no pudo seguir cuidando de mi abuelo pidió ayuda a mi madre y, realmente, debía de estar desesperada pues no le gustaba pedir ayuda para no molestar. Una vez en casa de mi madre, dijo “qué paren el mundo que yo me bajo” y dejó de querer seguir viviendo. Murió en el hospital, en menos de una semana, junto a mi madre.
Mi hija se llama Julia en honor a mi abuela.
