Las mentiras de René Magritte

Recorrí una vez más la habitación. Cuatro paredes blancas exactamente iguales me rodeaban. Tan solo una ventana con unas viejas cortinas cambiaba la perspectiva. Una mesa y una silla perfectamente corrientes completaban la decoración.

Miré al suelo y me senté en la silla. Blanco. El suelo también era blanco.

A través de la ventana, cristalizado, se veía un paisaje. Puse las manos en la nuca y miré hacia arriba. Blanco. El techo también era blanco. La mesa, la silla, blanco.

Blanco, blanco, blanco. Y aquella ventana incitándome. El paisaje, inmóvil, tenía vivos colores. Parecía tan real: árboles, arbustos, senderos, pero todo era una copia.

Blanco, blanco, blanco. Y una mentira a la vista.

No soporto las mentiras. Y rompí con lo falso. De la ventana solo quedaron los fragmentos del paisaje cristalizado. La luz entró y cada pared se tiñó de un color. La silla y la mesa desaparecieron con un soplo de viento. Y yo corrí hacia el verdadero árbol, el verdadero matorral y el verdadero sendero y tras de mi dejé para siempre aquella habitación que por fin vio la realidad.