Nadia Sokolov

El ex General se sentó en la silla en la que habrían de entrevistarle. No se trataba de un juicio sino de una comisión de investigación pero, el hecho de que fuera civil y no militar le preocupaba. Vestía un traje azul marino que parecía hecho a medida y su corte de pelo y afeitado perfecto demostraban que, aunque ya debía de haber cumplido los 60, se preocupaba por su aspecto. La comisión estaba compuesta por seis personas sentadas tras una mesa que miraban impasibles cómo se preparaba para la sesión. No estaba permitido el público ni, por supuesto, la prensa. Tan solo dos alguaciles que vigilaban las puertas completaban la audiencia aquella mañana.

—¿Puede decirnos su nombre y el cargo que ostentaba entre los años 1978 y 1995? —le preguntó el presidente de la Comisión.
—Roger McPeterson, era el Director de la Unidad de Inteligencia en la CIA.
—¿Espionaje?
—Bueno, entre otras cosas, sí. Hablamos del periodo de la Guerra Fría.
—Vamos a lo que nos ocupa. ¿Conoce a esta mujer? —y enseñó en una de las pantallas de la sala el retrato de una mujer sonriente.
—Es Nadia Sokolov, rusa, 35 años. Es una importante activista política en favor del comunismo, en contra de la Perestroika y la apertura de Rusia hacia vertientes capitalistas. Y muy contraria a Estados Unidos, por cierto —contestó Roger.
—Y que casualmente acaba de casarse con el Primer Ministro ruso tras un romance que ha ocupado las portadas de los principales medios sensacionalistas alrededor del mundo… —añadió el presidente.
—Sí, ahora también es la Primera Dama, lo cual, sin duda, traerá repercusiones en la relación de Estados Unidos con Rusia en los próximos años.
—¿Y qué más puede decirnos de ella?

El ex General se revolvió inquieto en su silla y miró uno a uno a los integrantes de la Comisión.
—Señor McPeterson, le recuerdo que debe contar todo lo que sepa en esta comisión —le insistió el hombre que se sentaba al final de la mesa de la Comisión.
—Lo que voy a decir es alto secreto y durante toda mi vida me ha estado prohibido hablar de estos temas con personas fuera del proyecto «Troyanos» —respondió el ex General, de forma tímida por primera vez.
—¿Qué es el proyecto «Troyanos»? —le preguntó el presidente.

Dudó unos instantes, tomó aire y se decidió a contarlo todo.
—Durante la guerra fría entrenábamos espías para enviarlos a Rusia y así obtener la información que necesitábamos para protegernos y estar al tanto de posibles ataques futuros. Había proyectos para reclutar a espías rusos y también para convertir en desertores a importantes personajes políticos y científicos a cambio de información. Pero nunca teníamos la suficiente cercanía y no tardaban en descubrirlos —comenzó a narrar Roger—. Así surgió el proyecto «Troyanos». Necesitábamos tener a personas indetectables realmente dentro, que pudieran enviarnos información fiable. Así que utilizamos niños en su mayoría nacidos en Estados Unidos, con ascendencia rusa o de los países del este y los enviábamos a Rusia para que se criaran allí y, llegado el caso, nos transmitieran información.
—Espere, espere, ¿enviaban a niños americanos a espiar? —interrumpió el presidente.
—Normalmente eran huérfanos, se les buscaba una buena familia con potencial en Rusia que los criaba…
—Pero, si se criaban en Rusia se sentirían rusos, ¿qué iba a hacer que esos niños quisieran transmitir información para nosotros?
—Bueno, antes de enviarlos a Rusia los tratábamos… Ellos no sabían que eran agentes nuestros, ahí estaba el encanto de la operación, nadie podía detectarlos si ellos mismos no sabían que eran espías.
—¿Los trataban? ¿Cómo?
—Un suero. Algo químico, en sus huesos. Se comportarían de forma normal pero, llegado el momento, podían ser activados para que nos enviaran información.
—Pero, ¿qué información iban a mandar unos niños?
—Era una apuesta a largo plazo: movíamos todos los hilos necesarios para que fueran a parar a familias pudientes dentro del Partido de forma que, cuando crecieran, tuvieran posibilidad de estar en una posición importante dentro de las organizaciones del poder.
—¿Cuántos «troyanos» enviaron a Rusia?
—Diez. Era un proyecto complicado y no era fácil encontrar a los candidatos idóneos y colocarlos en familias con potencial. Además, el programa arrancó tarde y se paró con la caída del Muro de Berlín.
—¿Llegaron a activar a algún «troyano»?
—Solo a uno.
—Y, ¿qué pasó?
—Explotó.
—¿Cómo que explotó?
—Los «troyanos» tenían un mecanismo de seguridad que permitía explotarlos a distancia. El objetivo no era crear bombas humanas, hay formas mucho más rápidas y baratas para conseguir esto. Pero esto nos permitiría explotarlos en caso de que fueran descubiertos para evitar que pudieran entender cómo lo habíamos hecho o en caso de necesidad extrema.

La sala se quedó un momento en silencio y el hombre sentado en el extremo de la mesa tomó la palabra.

—¿Qué tiene que ver el proyecto «Troyanos» con Nadia Sokolov? —preguntó.
—Nadia nació en Missouri en 1982 como Martha Flanigan. Su madre era polaca y murió en el parto. Su padre era americano y se estrelló en su camioneta mientras conducía borracho cuando Martha tenía dos años. Estuvo un año en un orfanato y la reclutamos. Tenía los rasgos de su madre lo cual la hacía encajar perfectamente como eslava. La tratamos y conseguimos que fuera adoptada en la familia Sokolov lo que, sin duda, la dio acceso a una educación privilegiada y a un lugar en la sociedad política rusa. Creció en una granja como una niña feliz y se mudó a Moscú cuando comenzó sus estudios. Vive allí desde entonces.
—¿Nos está diciendo que la activista anti América y nueva Primera Dama rusa es en realidad un agente nuestro en estado latente y, al mismo tiempo, una bomba?
—Sí.
—¿Y ella sabe algo? ¿Sabe algo alguien?
—No, no sabe nada. Y ahora lo saben ustedes.
—Pero, ¿es consciente de que, en el estado actual de enfriamiento de las relaciones políticas entre nuestros países, si se llegara a descubrir que hemos metido algo en los huesos para controlar y explotar a la nueva mujer del presidente ruso probablemente se desataría la Tercera Guerra Mundial?
—Muy probablemente. Por eso no quería contarlo. Ahora lo saben ustedes, más vale que la información no salga de esta sala.

Los distintos integrantes de la Comisión empezaron a hablar entre sí. La información sobrepasaba con mucho lo que esperaban de aquella sesión y no sabían cómo actuar. Decidieron reunirse en privado para deliberar y aplazaron al día siguiente la continuación del interrogatorio. Abandonaron la sala y los alguaciles acompañaron al ex General a su hotel.
Uno de ellos se quedó vigilando en su puerta. No estaba precisamente detenido, de hecho, en teoría, era para su seguridad.

El otro se subió en su coche y apagó la grabadora. Desde luego aquella información le iba a hacer de oro.