Desde que te dije que lo nuestro terminó

Suena Stereophonics y, con voz desgarrada, cuenta las penas de una relación acabada.

Nos conocimos en un parque, paseando al perro, ya ves tú, qué cosa más tonta. Pero siempre el mismo parque, siempre los mismos perros con siempre sus dueños… pues al final hablas. Hablas del frío de esa noche, del partido del sábado, de que no consigues que Rufo te espere para cruzar la carretera. De política no, que eso de ser tertuliano solo está de moda ahora. Y pasas a hablar sobre a lo que te dedicas, tus películas favoritas y algún que otro sueño. Y un día te descubres metiendo tú prisa al perro porque es la hora de salir, con la que está cayendo, porque llevas todo el día esperando ese paseo con conversación incluida que cada día dura un poco más.

Y así vas y convives treinta años. Una hipoteca, dos coches, perro. Primero llegó Jaimito, nombre por el que recibimos críticas de toda la familia porque iba a tener una infancia muy dura teniendo el nombre del niño del chiste. Jaimito – Jaime, abogado, 28 años, felizmente casado – nunca tuvo ningún problema con su nombre. Luego vino Raquel, rebelde como ella sola, guapa y con mala leche, sin novio conocido porque, como dice su padre, a ver quién va y la aguanta más de un mes. Que no está hecha para trabajar en una oficina ni vivir en un piso ni para una relación que la encorsete. Es artista así que le pagamos nosotros el alquiler…

Al final ya no queda hipoteca que pagar, los coches casi no los usas, el perro murió hace mucho y fue solemnemente enterrado en el jardín trasero del adosado en Alcobendas. Y los niños también hace tiempo que se fueron y coincidimos todos juntos dos o tres veces al año a lo sumo. Tiene guasa la vida, te pasas la mitad construyéndola y la segunda observando cómo se destruye.

Y ya no conversas. Y no es verdad que es que te lo hayas dicho todo porque en absoluto tu cerebro ha dejado de pensar.

Un día Raquel me dijo que le daba miedo oscurecer un cuadro, aplicar colores claros y brillos le resultaba fácil pero aplicar oscuros le daba la sensación de estar manchándolo y siempre los aplicaba tímidamente. «¿Sabes lo que se hace para vencer el miedo a los agudos en canto?», le dije, «cantas más agudo. Así, cuando te toca cantar la parte alta de tu canción ya no te parece que sea tan aguda. Haz lo mismo. Empieza pintando con colores oscuros, solo las sombras, y aplica los colores claros después, justo al revés de como lo haces siempre».

Y así hizo, ensuciando todo para limpiarlo después, justo al contrario de la vida, destruyendo primero para dejarlo todo limpio y brillante al final.